Hacés de cuenta que no te importa, pero en el fondo sabés que no es así.
Conocés de qué se trata la historia... no es la primera vez que te sucede, y en un comportamiento digno de análisis de diván vas madurando la decisión.
Luego de comer un BigMac y comprar el último DVD de tu grupo favorito, tu actitud consumista continúa.
En el regreso, tu subconsciente te envió por el mismo camino...
Ahí está, la ves otra vez... brillante como siempre.

La máquina de los peluches.
Un juego vil entre los más viles. Esa pinza malévola en medio de la familia de ositos más tiernos.
La oferta es tentadora.
Pensás en la relación costo-beneficio si salis victorioso en el próximo round.
"El ratoncito sale fácil", decís.
Hasta podrías quedar bien con ella o con él, cayendo de visita con un ramo de rosas en una mano y el tigrecito simpático en la otra.

Ponés una moneda de un peso y la música suena.
Alineás las coordenadas X e Y de caída del gancho y seguidamente apretás el botón rojo.
"Hoy es mi día", repetís.
Tenés esperanzas, pero ellas se rinden frente al algoritmo maldito: la pinza no agarra nada.
Ahora empezás a especular con algún truco mecánico. ¿Por qué nadie gana?
Tirás alguna teoría que intente explicar en vano lo que sentís.
Probablemente, el límite de la sumatoria de las tangentes de los ángulos sub i, formados entre el extremo inferior del gancho y la naríz de cada uno de los n-ésimos términos (los inocentes osos), tienda a infinito.
¿In-fi-ni-to entendés?
Y claro, luego ya sabés que hacer porque el cartel naranja lo dice.

Reclamos después de las 17hs.